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domingo, 4 de noviembre de 2012

La conciencia en el siglo XXI


 
 Para el Dr. el Psicología Manuel Villegas, "la conciencia moral es el sistema de regulación inherente a cada persona, un reajuste sistémico entre las necesidades y deseos propios con las necesidades y deseos de los demás".

 En contraposición, define la moral como "aquel conjunto de criterios de comportamiento que comparte una comunidad y que puede tener un respaldo religioso o no".

Realmente hemos adoptado a lo largo de la historia múltiples teorías y paradigmas definitorios o diferenciadores entre conciencia (espiritual) y conciencia (racional) e incluso la conciencia de la persona (egolatría y/o hedonista), de la que tenemos más evidencia en nuestro análisis social, a través de la corriente individualista que se ha visto fuertemente acrecentada en la sociedad postmoderna.

 Además, hay que introducir una conceptualización etápica de la conciencia con ánimo de acometer una gradualización progresiva y diferenciada entre el estado impersonal o espiritual de la misma a concepciones cada vez menos normativas y reglamentadas en base a una sociedad carente de los valores impuestos por anteriores etapas.

 Hemos alcanzado un nivel de autoconciencia en base a la cuál cada uno decide libremente cómo la va a difundir en base a unos valores que no son precisamente colectivos. La nueva conciencia individual no excluye totalmente otras formas de conciencia impuestas, pero surge sobre la mecha del deterioro y decadencia de la colectividad moral de índole religioso y de las estructuras de regulación moral que se habían confraguado entre los tópicos mecanicistas del control social político y religioso, en la definición del bien y el mal.

 El individualismo moral es racional pero no se funda desde la racionalidad colectiva trascendental sino del afamado poder de libertad ególatra y del orden "incívico" de la nueva autarquía del mundo actual.

 La arbitrariedad humana denota nuevas presunciones de conciencia ante la infinidad de elecciones no programadas del individuo como ser "racional" inserto en una sociedad de neutralidad normativa, en la cuál cada persona goza de albedrío sistémático en la capacidad propia de querer obrar sin coacciones lobotomizadas, más propias de la inflexibilidad premoderna más ruralizada y arcaica.

 Y, entonces ¿a qué hemos llegado?

 A una forma de sentido común y carente de determinismo causal, por la cuál cada sujeto se enfrenta a una filosofía deshumanizada de desconcierto, en la que el ser humano está desprotegido de una moral de cohesión compartida, encontrándose solo ante el rol de responsabilidad ética individual frente a un todo.

Ya no hay paradigmas de regulación moral donde cada individuo estaba dirigido por preceptos inmunes de comportamientos. La moralidad no se comparte de forma generalizada. Cada persona expresa un variopinto concepto de obligatoriedad de actuación según sus propios razonamientos no condicionados.

Simplemente existe un estructuralismo normativo que es conceptual, reflexivo e inviolable, vehículo de colectivización de conciencia, pero más parcial: Las instituciones jurídicas, ejercidas a través del Derecho restitutivo, capaz de lograr un estado de armonía. Desde el marco de la ley escrita, las divergencias morales interpersonales se aminoran, pero no desaparecen. El encuadre de actuaciones es muy restringido y es improcedente a menos que se trate de casos de mayor gravedad.

 A lo que me refiero, es  al deber comportamental puramente cotidiano. La moral compartida ha pasado de ser una bóveda de acero que cubría, protegía y aislaba la moral individual de la colectiva/religiosa, a ser una telaraña de ideales, prácticas y hechos que pretenden enmascarar su amoral naturaleza, sin éxito.

 ¿Somos ahora menos morales que antes?

Efectivamente hay un tentativo afán liberador por definirnos e identificarnos cada vez más con una primitiva y no socializada forma de actuar, pudiendo estar cada vez más identificada con los impulsos e instintos propios de la irracionalidad del ser, enfatizando el propio beneficio exclusivamente personal o la cobertura de las necesidades y deseos más ególatras a través de la indiferencia tenaz hacia el entorno. De forma tácita optamos por una moral de culto al individuo que emana directamente del ego frente a formas de sacrificio para satisfacer necesidades sociales.

 

                                                                                                                      

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